Por: José Francisco Peña GuabaTengo en mis manos el
libro Los Años Difíciles: Mi vida
junto a Peña, de la autoría de mi madre Julia Idalia Guaba Martínez, mejor
conocida como “Doña Lala” una mujer ejemplar nacida el 27 de junio de 1937 en Licey
al Medio, provincia Santiago y que hoy Día de Las Madres quiero recordar con la
devoción de un hijo orgulloso de su progenitora a la que nunca le será
suficiente el agradecimiento por los desvelos que por sus vástagos y esposo
tuvo.
En cada etapa de la vida
nos encontramos que los grandes hombres se encuentran con mujeres propias de su
estatura para los difíciles recónditos momentos que les guarda el destino,
porque solo así se explica cómo buscando posada de alquiler mi padre llegará en
el año 1958 a la casa de mi madre en donde había una pensión propiedad de mi
abuela Crisolia en los alrededores de la “La voz Dominicana” hoy CERTV, donde
mi papá había iniciado el curso de locución un poco después de su llegada de su
natal Mao, provincia Valverde de donde se había desplazado a seguir sus
estudios universitarios, y que por recomendación le habían gestionado un puesto
de profesor en el reformatorio que estaba en San Cristóbal y que era dirigido
por padres Jesuitas.
Mi padre como acierto de
la providencia llego a encontrarse con mi madre una bella y blanca mujer que al
poco tiempo de conocerlo cayó rendida ante los atributos de inteligencia y bonhomía,
de poeta y cantor de papá, es que la ventura ese hado mágico le había hecho encontrar
a este líder de futuro a su compañera para los tiempos difíciles que le
esperaban, de zozobra, privaciones y peligros que les tocarían sortear.
Mi madre tuvo que vencer
la resistencia de su propia familia a la relación con mi padre, producto de que
este moreno y espigado joven desprovisto de fortuna material alguna solo le ofrecía
a su compañera el infortunio, las acechanzas y las dificultades como norma; pero
el amor lo pudo todo hasta romper las cadenas que lo ataron inexorablemente a
la pobreza.
Esta hermosa mujer no se
detuvo ante las adversidades que le signaba el destino y con frontal altivez
decidió caminar al lado de este humilde hombre, a quien reconoció dotes
excepcionales y que solo el tiempo se encargó de confirmar; pero hubo de pasar
cuantas calamidades se puedan ustedes imaginar desde las persecuciones más
constantes, la clandestinidad y la prisión.
Esta mujer extraordinaria
modista de oficio, con su talento y pegada a su máquina de coser hubo de mantener
a sus hijos a quiénes cuido y mantuvo con afanoso celo, mientras su esposo se
jugaba la vida en las calles en su afán de construir nuestra democracia.
No se quejó esta dama
revolucionaria de todo cuanto hubo de pasar para que su compañero se dedicara a
edificar una sociedad de libertad contra el oprobio y la tiranía que campeaba
por esos días en nuestra Patria, en amor y lealtad prístina está moza enfrentó
con denuedo, propia de la valentía de guerreros a los temibles enemigos de la
Era, desafiando el llamado de la muerte para con espartano temple vencer a las
fuerzas de la oscuridad, esas hordas terribles de sangre que cercenaron la vida
de lo más granado de la juventud dominicana de la época.
Hubo de dormir mi madre
en cuevas, en establos, en chozas apartadas y en los fríos pisos de las ergástulas
prisiones a las cuales fueron enviados todos aquellos, igual que ella, que
enfrentaban a los reductos de régimen, esta heroína guardó documentos que de encontrarlos
los servicios de seguridad del Estado le hubiese costado la existencia misma, ésta
junto a otras valerosas mujeres como mi madrina Juana Uribe y doña Esmeli Vda.
Roque que trasladaron radios, armas y granadas para la causa a expensas de
perder la vida, las cuales expusieron decenas de veces para apoyar a los
revolucionarios dirigentes y a Peña Gómez, el fogoso joven líder.
Acostumbrados y obligados
a verse casi a escondidas por la permanente persecución, mi madre le garantizaba
a mi padre que sus hijos estaban bien, y que ella los cuidaría con devoción
para que su idealista esposo siguiera desbrozando caminos y conquistando
estrellas, y que nada le apartara del camino que la historia le tenía guardada,
porque esta mujer se sacrificó largos años por este compañero que la vida le
dio sin querella alguna por sus muchos padecimientos y permanentes escaseces.
A mi madre le toco estar en
“los años difíciles” no disfruto de modo alguno la tranquilidad del poder, no
tuvo ventaja alguna en ninguno de los gobiernos perredeístas, pese a los
grandes aportes realizados, solo el olvido y el desagradecimiento fue su paga,
pero mi padre noble siempre reconoció los enormes sacrificios hechos por mi
madre, y por eso con reverenciar respeto y reconocimiento siempre la tuvo
presente, nunca la desprotegió pese a la separación, la mantuvo en gran cariño
y atención al saber que esta mujer lo dio todo para que él llegará y lograra
sus sueños de Patria grande.
Esta mujer amo hasta el
paroxismo a aquel hombre sin fortuna que solo le ofreció angustias y lágrimas,
por el largo trajinar en los más escabrosos caminos hacia la construcción de la
democracia, la misma mujer que en su papel de madre crió y mantuvo 4 hijos con
dedicación total y con un ejemplo de vida propio, de lo que es ella para mí y
mis hermanos, ¡nuestra heroína, mi mamá!, después de 13 años de su partida
recuerdo con veneración a mi madre, seguro que está en el mundo de lo ignoto cuidando
desde allá a sus hijos, por eso siento el orgullo cada día de ser hijo de Lala.
Tomo nota del prólogo del
libro autoría de mi madre “LOS AÑOS DIFÍCILES”, escrito el mismo por el estimado
amigo de toda mi familia Dr. Washington de Peña (EPD), que expresa lo
siguiente:
Al leer el primer párrafo de este
libro se entera el lector que el mismo fue escrito con un pedazo del alma hecho
lápiz y sin borrador. En el mismo, la autora imprime sus recuerdos. Recuerdos
de lágrimas, porque la unión con Peña Gómez, a Lala, le produjo la alegría de
los hijos procreados, pero sobre todo lágrimas, las lágrimas de la impotencia,
las de la incertidumbre de saber si el instante vivido sería el último, las
lágrimas de angustia, esa angustia de no saber, si cuando vio salir a su
marido, fue esa última vez que lo vio.
Las lágrimas de la zozobra que
acortaba su régimen de respirar y aceleraba el pulso, mientras oteaba la calle
al menor rumor o aguzaba el oído recogiendo el graznar de la radio, voceadora
de mala noticias, lo que esperaba escuchar, cuando Peña salía de su casa
perseguido por el ancla de su ideal liberatorio que continuamente le arrojaba a
los brazos de la muerte, a quien como maestro del escape que fue, burló
siempre.
Las lágrimas de ausencia, porque son
el requiebro póstumo de una joven humilde enamorada de un humilde hombre que
escaló cumbres borrascosas porque así fue la vida de Peña, de cumbre en cumbre,
pero de borrasca en borrasca.
Es que Lala nunca supo más de lo que
narra. Su especialidad no era la política. Actuaba en ese campo, empujada por
dos fuerzas convergentes: la una, el sentimiento liberatorio que bebió en su
casa materna en plena era de Trujillo, y la otra, el amor por su hombre, a
quien admiraba deslumbrada.
El atisbo que hace al dolor de la
miseria constante en que se desenvolvió su vida junto a Peña, es una pálida
muestra de la realidad. No hay más que ver, lo que representa una adolescente
de humilde extracción, sin posibilidades de adquirir una fina educación, al
lado de una Estrella en ciernes, a quien la potencia de su inteligencia,
despega cada día de la corteza de la tierra.
Él tenía que estudiar, ella, que se
llenaba de hijos rápidamente, había de trabajar para alimentar a su familia,
incluso a él. Él salía a conspirar, y para ello tenía que olvidar todas sus
obligaciones y responsabilidades, este libro traduce fácil la calidad de mujer
que amo a un hombre revolucionario con tal devoción que aplaudió hasta el dolor
y a quien perdonó hasta sus desvaríos.
Con magistral
conocimiento el Dr. Washington de Peña desdibujó a su amiga de largos años, mi
madre, que no tengo duda pacto con mi padre amor y lealtad eterna, porque éste
por una causalidad del destino producto de ese acuerdo no escrito pero si
sentido en el corazón fue a despedirse de mi madre horas antes de partir de
esta tierra, en la noche del 9 de mayo del 1998 a escasos minutos de su último vuelo
físico con el mismo garbo y estoicidad con lo que lo conoció que ni el dolor
del cáncer que le consumía por dentro pudo evitar. En esta foto arriba
mostrada, es la última de mis padres juntos en ese 9 de mayo donde la noche fue
cómplice y testigo a la vez que hay
lealtades que no terminan nunca ni con la muerte.
Hoy Día de Las Madres me hago
depositario del más confesó agradecimiento y amor hacia mi madre, satisfecho de
haberle dado en vida todo lo que pude, pero no todo lo suficiente como ella se
lo merecía, seguro estoy que fue paga esa deuda con la despedida última que en
vida tuvieron, en cumplimiento a esa ley de atractividad cósmica que los unió,
pero que en tierno y cómplice compromiso esa noche en secreto se llevaron.