La sonrisa maternal de Dios

Según el evangelio de San MARCOS 2, 23-36 

9º domingo de tiempo ordinario

Dos niños se inclinaron, tratando de oír lo que su madre les estaba queriendo decir. Finalmente, aquel le murmullo transmitió dos mensajes: que fueran buenos el uno con el otro, y que contaran con Dios para todo en sus vidas.

Y luego, Nancy murió. Tenía solo 35 años. No había aprendido ni siquiera a leer. Estos dos mensajes era todo lo que sabía, y era todo su legado para sus hijos.

Uno de ellos se llamaba Sara. El otro, Abraham. Este último tenía solo nueve años de edad. Vivía en pleno monte, no tenía ninguna instrucción, y ahora había quedado huérfano.

Años más tarde, cuando este niño se disponía a ocupar la presidencia de los Estados Unidos, declaró:

“Sin Dios, no puedo triunfar, Con Dios, no puedo fracasar”

El mensaje final de su madre no había sido en vano para Abraham Lincoln. Ella no pudo darle instrucción ni dejarle dinero.

Pero lo que Lincoln recibió de su madre fue algo de mucho más valor que instrucción o dinero: ella le enseñó a hacer la señal de la cruz, le animó a confiar en Dios, le transmitió fe.

Cuando usted vaya a misa hoy, fíjese en la primera cosa que hace el sacerdote para comenzar. El dirá, y usted y yo también: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

Lo curioso es que esta oración del sacerdote no se la enseñaron en el seminario. Se la enseñó su madre.

El y Lincoln, y usted y yo, hemos recibido a través de nuestras respectivas madres, el legado más valioso que pueda recibir persona alguna FE.

Y ella pudo hacerlo debido a que tenía amor, por la fe sólo se transmite con amor.

Yo le pido hoy al Señor que les conceda a todas las madres la facultad de darse cuenta de la enorme importancia que tienen ellas en nuestras vidas.

Que se sientan felices de saber que no sólo nos han dado la vida natural, sino que además han sido instrumento amoroso de Dios para iniciarnos en una vida que no termina.

Que fueron ellas quienes nos enseñaron que el amor existe, que podíamos sonreír, que la convivencia es posible.

Que se sientan lo que son: esenciales, insustituibles, bendecidas por Dios. Que sientan que Dios les sonríe a ellas con ternura hoy.

Y pido a todos los hijos que caigamos hoy en la cuenta de que muy por encima de valores como la instrucción o el dinero, están los que nos fueron dadas a través de nuestra madre: VIDA, AMOR Y FE.

Y que digamos con agradecimiento esta frase del mismo Lincoln: “Dios bendiga a mi madre. A ella le debo todo lo que soy”
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