MOSCÚ — Es una victoria histórica, pero además pudo ser una victoria raspada, herida, sufrida, dolorosa, pero encima terminó siendo, además, llena de angustia, llena de drama, rozando los pucheros de la tragedia. Pero ahí quedó: triunfo apoteósico de México sobre Alemania. 1-0. Y que lloren los apostadores.
El luto de los alemanes tiene tres asesinos. Guillermo Ochoa montando el muro que los alemanes prometieron, y con un devastador Javier Hernández, que convirtió en su bayoneta asesina a Chucky Lozano.
Un primer tiempo en el que México pudo ponerle una sonrisa más amplia al marcador. Pero eligió, en el segundo tiempo, ponerle esa mueca doliente de vivir bajo angustias. Pero lo eligió así, y también ganó.
Los alemanes, aún este lunes, deberán seguirse preguntando la forma en que fueron asaltados por un adversario consistente y resistente en el abarrotado estadio Lezhnikí de Moscú.
Se masticaba. Intensidad. La rabia del hambre, el hambre de la rabia. Ambos, México y Alemania.
Bajo un alto grado de concentración y despliegue físico, los porteros empezaron a convertirse en personajes de novela. Detener la artillería rival de convertía en una oda de ciencia ficción.
Guillermo Ochoa y Manuel Neur hacían del 0-0 una mueca injusta, porque espectáculo había. Alemania pausado y México con ardor de conquista peleaba cada balón y su despliegue, con igualdad o superioridad numérica erizaba a los alemanes.
Alemania quiso montar la emboscada y la trampa se lo tragó entero al minuto 45. Porque en el afán de burocratizar el juego, México empezaba a recuperar balones, en una extraordinaria labor de Héctor Herrera, Andrés Guardado y Miguel Layún.
Alemania, siempre, con esa prontitud casi genética para el disparo, amenazaba. Era peligro latente. Incluso llegó a sentir el aliento de angustia de Ochoa.
Pero México era más vertical, con posición de disparo. Y en la cabalgata sistemática Javier Hernández elegía ser el pivote, mientras buscaba la sincronía con Chucky Lozano, con un Carlos Vela que dudaba de reclamar la posesión para explotar su capacidad de ejecutor.
La tribuna era una verbena de poderosa presencia. Alemania aullaba sus mejores coros. La ansiedad de esa angustia compartida con sus emisarios que veían como la pelota se asociaba al compás del adversario.
Los peregrinos del otro continente, los casi antípodas geográficos y futbolísticos iban asociando la coreografía de su ansiedad. Desde el ceremonial ronco del “México, México”, hasta, la inevitable y detestable apología del irrespeto con el “eeeeeh…”, hacia Neuer. Sí: la FIFA tomó nota, llegará la multa, por lo menos.
Entre los forcejeos, en ese drama en el que Goliath empieza a sentir el muñequeo del eterno David, ese protagonista que se ahoga ante la playa del quinto juego, Alemania se descuida a pesar de tantas advertencias.
Minuto 35. Javier Hernández arrastra, amenazando con perfil hacia la derecha. Mide los tiempos para que Chucky entre al área. Lozano revienta dos osamentas, la de Kimmich y la de Ozil, en una tibia cobertura. Limpiado de maleza el terreno, su disparo es abajo, a la derecha, sí al palo de Neuer. 1-0, México.
1-0, y la boca abierta del marcador es la boca abierta del azoro, de la incredulidad, de la tribu alemana de la tribuna y de la cancha, mientras florecen con el resorte violento, brutal de la euforia, los mexicanos desplegando una alfombra de sismos intensos. Lo imposible tiene la sonrisa de lo probable.
El Chucky es el asesino, pero el autor intelectual, en tiempos, en desplazamientos y en decisiones fue Javier Hernández.
Alemania intenta reaccionar. Imposible. Estaba herido. El cierre del primer tiempo, sigue siendo mexicano. Desconcierto teutón. Los mexicanos mantienen la calma. El marcador sabe a té de azahares.
Alireza Faghani manda al reporo. La gloria parece maquillarse de verde.
Cada quien tendrá su enciclopedia de explicaciones. Porque el segundo tiempo Alemania arrinconó a México. O México arrinconó a Alemania, dejándole la llanura como anzuelo.
Alto riesgo. Decisiones extremas. México tragaba amargo y Guillermo Ochoa se sentía en el Standard de Lieja. Era el acróbata porque su área se convertía en una sala de urgencias.
Juan Carlos Osorio saca de la tómbola de lo absurdo sus tres cambios: Edson Álvarez por un notable Carlos Vela; Raúl Jiménez por la migraña alemana, Chucky Lozano, y Rafa Márquez por el agotado Andrés Guardado.
Cambios aparentemente suicidas. Pero En contragolpes, Javier Hernández es el maestro de ceremonias, y entrega dos balones a Layún, quien desperdicia con disparos desviados.
Y México sufre. Y Ochoa parece saltimbaqui en horas extras. Pero Alemania desperdicia y el Tri resiste.
México estremece el Mundial: le tunde al campeón y lo hace por primera vez en copas del mundo.
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